Na primeira edição do Linha de Fuga, que aconteceu no final do ano passado, vimos realçada insistentemente uma certa nudez, metafórica e corporalmente, que nos fala de um tempo suspenso, de um tempo por vir. Aqui a nudez, desvia-nos para um campus em que, precisamente, a nudez não tem lugar por ter. Ora tomado em segundo plano, como mera presença de si a si de um corpo a faltar, ora em primeiro e ainda assim sempre segundo. Se faço uso do substantivo presente', faço-o como pre-sente, não só pela possibilidade de afastamento relativamente a presente como presentificação, como também para sublinhar uma experiência do sensível, o antes do sentir. Nisto aproximamo-nos num espaço deixado anterior onde a espera e o silêncio têm lugar. O que aqui nos é dado a sentir é essa experiência do simbólico, é essa possibilidade enquanto experiência vivificadora, mais do que mera imagem guardada de um corpo tomado objecto, encerrado num dizer comum: o símbolo. Como li algures, todo o símbolo é uma experiência, no fundo o símbolo não existe, ou melhor, não existe enquanto imagem encerrada, pois essa pertence ao espectador, que se torna transformador desse ínfimo que vê.

Entrevemos, de alguma maneira, esta alegoria ao corpo nu na performance apresentada no Convento de São Francisco, por Thomas Hauert. Intitula-se de (sweet) (bitter). De uma certa estranheza de um corpo que nos recolhe num mundo conhecido (reconhecemo-nos nele), sem contudo nos deixar quietar nesse mundo conhecido - que é doce? - sem, contudo, uma certa estranheza por algo que não conseguimos, nem podemos, encerrar, que nos escapa entre os dedos e por fim mergulha-nos num mundo estranho (que é o seu), por movimentos partidos, desorganizados no tempo e no espaço. No fundo, frisa que esse mundo que nos é dado é um mundo em devir, é um devir mundo, deixando-nos por momentos a questionar por tais movimentos corporais – isto é dança? Aqui o espaço é o corpo, é o tempo do corpo fragmentado, é o vermos os contornos desse corpo quando se nos aproxima e nos engana e se afasta e esconde ainda mais, perante os movimentos oblíquos no espaço que o corpo desenha, que, não estando, é como se estivesse nu. Ou então a apresentação do projecto TransHum ncia, de Sara Jaleco, em que a nudezé posta olhos nos olhos, sem nos ferir, ou como simples atenção para um corpo nu, comum, ou como simples reivindicação de algo, porque o que nos chama aqui, não são tanto os corpos despidos e sim o infimo momento de algo que acontece e vai, um momento de pura passagem - os corpos deixados no espaço familiar, aqui diante de estranhos que somos nós, ali, no espaço que é secreto. Sentimos neste espaço uma certa passividade, em que o tempo parece parar por momentos, deixados nos fazeres de uma vida pobre, em construção, de uma vida autêntica. De facto, é relevante a questão do tempo, do tempo que é sempre construção, não só nas performances saídas dos vários laboratórios, como nas peças dos artistas convidados - desde os corpos massificados da Valentina Parravicini, aos ruídos e lembranças de uma Coimbra já passada, na apresentação do Alexandre Valinho Gigas. Diante de um corpo nu, temos pois esse símbolo enquanto experiência, de um tempo que falta ainda.

¿Qué es documentar?
Creo que no podría definir ningún concepto. La filosofía no es mi fuerte. Pero podría decir que para mí lo primero es mirar.
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¿Qué es mirar?
Ya he dicho antes que la filosofía no es lo mío. La semiología tampoco. Yo sigo aprendiendo a mirar. Y mi mirada se transforma continuamente. Creo que por eso no puedo definir nada. Tengo la impresión de que todo cambia. Cuando bebé, dicen los antropólogos, que aprendí a mirar por empatía, tratando de entender las emociones de las personas que me cuidaban y se asomaban a mi campo de visión. Pero aunque lleve mirando tantos años, me cuesta tomar conciencia de mi mirada, identificar desde dónde o a dónde la dirijo. Todavía me exige prestar mucha atención. Y claro, en el camino me pierdo, la vida arrasa y olvido lo que me había propuesto mirar. Soy un ser inestable.
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¿Por qué quisiste documentar Linha de fuga?
Por muchas razones. La primera porque quería salir del exilio interior que vivo aquí en Galicia, en casa de mi madre. Después había otras. En Portugal me suelo sentir bien. Me encanta huir. Y, claro, me gustaba el proyecto. Situaba a las documentadoras al mismo nivel que el resto de las artistas. Y viniendo de Catarina, eso parecía significar que iba a poder tomarme la libertad de hacer lo que me diera la gana. Ahora que lo pienso, probablemente esta haya sido la primera razón.

¿Cómo miraste al Laboratorio?
A priori, como un encuentro demasiado complejo para tratar de entenderlo. Iba a participar mucha gente y su objetivo era generar líneas de fuga. Demasiadas posibilidades para una mente como la mía, con tendencia a la ensoñación y a la confusión. Por eso decidí pensar en un par de anclajes antes de comenzar. Elegí un formato y un foco de atención. Decidí hacer un diario. Es más pequeño, manejable, íntimo. Supongo que esta decisión conecta con lo después Janaina conceptualizó como documentación participante. Nosotras, como participantes del Laboratorio, formamos parte de la documentación, nos autodocumentamos. El yo mira y se mira. Es uno más. La documentación nace de un cuerpo documentador relacionándose con su propio proceso, con los otros cuerpos y lugares; con las cuerpos con otras vidas y de otros lugares de los que confluimos en este encuentro.La segunda decisión fue la de dirigir la mirada al espacio. El por qué de esta decisión tiene que ver con un taller de literatura que acababa de hacer cuando salío la open call. Nos propusieron leer a Carlson Mc Cullers y a Natalia Ginzburg poniendo atención en cómo construían un relato a partir de la descripción de los espacios. Luego, escribir con la misma atención. Esa experiencia de construir a partir de algo a primera vista tangencial, resultó de una profundidad y de una intimidad sorprendentes. Mirar el laboratorio desde los  espacios podía ayudarme a que la complejidad de la cosa apareciera sin tener que ir a su encuentro. Creo que mirar el detalle, inevitablemente, es mirar el mundo entero.

¿Qué encontraste mirando Linha de fuga?
Muchas cosas y a mucha gente, pero siguiendo con lo que nos ocupa, supongo que lo que encontré fue esa correspondencia entre Janaina y yo.Las películas te las encuentras en la mesa de edición. Cuanto te sientas a mirar las imágenes empieza una limpieza necesaria que bucea para encontrar posibles conexiones y dramaturgias. Es allí donde empiezas a entender algo, donde abres puertas y donde, a veces, las cierras perdida. Y es en la pérdida donde vuelves al principio y piensas en el diario, o en el espacio o en esos motores que encontraste por el camino.
El encuentro con la otra documentadora, la lingüista Janaina Behling, también fue determinante para lo que hicimos al final. Desde que nos conocimos tuvimos el deseo de compartir el proceso de alguna manera, pero creo que durante mucho tiempo no nos entendíamos. Fuimos encontrando cómo compartir el proceso e influenciarnos mutuamente. La correspondencia, para mí, fue un motor imprescindible para las dos últimas cartas. La primera, que es una especie de declaración de intenciones, salió del taller que hicimos la primera semana con Luciana Fina, pero las otras dos las hice dialogando con Janaina. Si me permites, viendo la documentación final veo un mirada estética y política.

¿Hay quizás miradas que atraviesan a esas otras que dices buscar?
Sí, claro.  Porque aunque lo intente no puedo escapar de quién soy. Supongo que por eso busco también ser lo más honesta posible. Aunque últimamente estoy dudando cada vez más del valor de la honestidad. Creo que se agudiza cuando sube mi nivel de misantropía.¿No es un poco extraño que hables de misantropía cuando tus cartas son casi un suceder de retratos?Mi nivel de misantropía y humanismo fluctúa mucho. Creo que por eso acudo a la política, para que trabajar o vivir tenga un sentido. Cuando Janaina planteó trabajar sobre la morfología del gesto, la verdad es que no sabía muy bien qué demonios tendría en su cabeza. Para mí era pura abstracción. Pero Janaina me decía cosas que me resultaban inaprensibles y al mismo tiempo llenas de posibilidades. Un día me explicó que todo es texto, donde uno pone el ojo es texto. Y cuando leemos lo llevamos para dentro del cuerpo. Luego llega el habla, cuando repetimos aquello que leímos. Y posteriormente la escritura, donde se materializa de muchas formas posibles aquello que aprendimos .Y es ahí, en la percepción, donde llega la abstracción. Una abstracción que no se da sin un cuerpo que la practique ni sin un espacio en donde se produzca. Porque, según Janaiana, si no fuera por el espacio.
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¿Cómo sabría el cuerpo lo que va a decir?
Como ves este tipo de diálogo te hace pensar y en mi caso me conectaba con muchos elementos con los que estaba trabajando. Por eso me estimulaba ese diálogo de sordos con Janaina, aunque luego yo necesitase bajar a lo terrenal, a la política, para entender algo más.  Para empezar a grabar imágenes sobre la morfología del texto tuve que encontrarme con un artículo de Amador Sabater en el que hablaba del gesto político, de la desobediencia practicada con el cuerpo, de imágenes fecundas porque nos conmueven, nos afectan, recrean nuestra mirada, nos hacen pensar, nos requieren un movimiento que no es una respuesta automática en la que aplicamos los códigos de nuestros estereotipos, sino un nuevo pensamiento, una nueva realidad.  Me muevo mejor en la política que en la filosofía.

¿Quieres decir algo más para terminar?
Bueno, me gustaría decir, que en realidad decidí hacer esta entrevista porque me agobiaba bastante la idea de escribir sobre mi trabajo. Después de las últimas semanas, en las que he estado pegada al ordenador editando día y noche necesitaba distraerme, proponerme algún juego que pudiera hacer desde el sofá con mi libreta y mi boli lila.  Por eso copié esta idea del poeta Pedro Casariego, porque me encanta copiar a los maestros. Me pasa también con las películas. Por supuesto, a priori sé que el resultado va a ser mucho peor que el original, pero entretanto juego y me divierto. Soy un ser hedonista, aunque a menudo lo olvido.